miércoles, 26 de octubre de 2011

AMAZONAS


Aquí estoy enclaustrada, mi cuerpo yace casi muerto en el lecho de nuestro sofá favorito, ese que guarda entre la textura de sus cojines el residuo de nuestros efluvios corporales, carroña de pasados encuentros y de nuestros mutuos orgasmos. Mi traviesa mano izquierda urga en lo profundo de mi intimidad queriendo hacer brotar de su fuente cavernosa mis mieles femeninas, mi mente divaga, sufriente por tu ausencia, enmascara a las sombras de alquitrán que revolotean a mi alrededor con el brillo de tus ojos, con el rojo de tus labios, con el torrente estigio de tus cabellos, negros azabache y no puedo evitar maldecir al reloj que con cada segundo que me clava en la espalda me aleja de ese ultimo instante que disfruté del cálido soplo de tu boca que murmuraba a mi oído eso que el calor de tu cuerpo ya me había revelado en frías noches invernales, el amor ilimitado que se cobija entre tu pecho y el mío.

Afuera el bullicio urbano es como una tormenta caótica, de gritos, de improperios, de gente que exhala su ultimo aliento lleno de odio y de rencor, por un instante temo que esa tempestad se cuele en esté, nuestro santuario, que te aparte de mi, mi pequeña Afrodita, este mundo que se precipita hacia el desastre. Me refugio en los recuerdos para que me pese menos esta carencia, viajo a esa tarde dorada de mayo en que tu mirada anclo en mis ojos, y tu sonrisa correspondió a la mia, en que nos seducimos mutuamente y mediante un saludo casual nos prometimos desnudarnos otro dia, y dibujar en el lienzo de nuestro cuerpos eso que anidaba en nuestras entrañas a primera vista, la amalgama perfecta entre lujuria y pasión.

martes, 11 de octubre de 2011

ESPARTANOS

La noche se estremece con la furia de la tormenta, las sombras mueren momentáneamente cuando en los cielos, los relámpagos transmutan por breves instantes, la noche en día, los arboles parecen danzar frenéticos, como poseídos por espíritus chocarreros, movidos por los vientos huracanados cuya fuerza pareciera provenir de los labios resecos de algún dios insomne y trasnochado, el corazón de los hombres se estremece al igual que la tierra cuanto los truenos, fervientes seguidores de los rayos y las centellas dejan sentir su sonora presencia, sembrando en los durmientes la idea inconsciente de que la ultima noche eterna ha llegado.

La noche avanza imparable, el mundo parece sumergido en la tempestad y sin embargo la hecatombe que se azota colérica una y otra vez contra nuestras costas, se dibuja pequeña en mi mente comparada con el vendaval de emociones que en mi pecho, tu presencia, tu calor y tu aroma despiertan. Mi cuerpo yace junto al tuyo, el tibio lecho calienta nuestras carnes, exhaustas después de las faenas amatorias, mientras la tímida cortina de sombras que satura nuestra habitación disfraza de siluetas amorfas nuestra humana desnudez, tan solo descubierta momentáneamente, cuando la luz invasora de la tormenta se cuela entrometida para atestiguar el amor puro que fluye entre nosotros.

Sonámbulo, medio sumergido en las mansiones de Morfeo, busco tus labios que son como un dulce fruto lleno de néctar divino, quiero comerlo con pasión pero mi ímpetu cesa tan solo a unos milímetros de tu rostro, esculpido como una estatua divina en un gesto de paz y solo los alcanzo a rozar suavemente, tan solo para sentir una vez mas el sabor de tus besos y la belleza de las palabras seductoras que durmientes anidan entre sus comisuras. Mientras, mis dedos como patas de arácnido juegan con tus dorados cabellos que se han convertido con el paso de nuestras noches como en hilos mortecinos del destino.

Solo Eros aletea inquieto sobre nosotros, no hay arrebatos ni abusos, solo el instinto que se despierta famélico como una bestia, ansiosa de tus palabras y las mías, de tus caricias y mis viajes a los rincones pudendos de tu anatomía. Me gustaría que estuvieras despierto para refugiarme entre tus brazos de Hércules, pero espero paciente porque se que la serenidad es un sello de los grandes guerreros, y tu y yo, amor mío, no nos vemos empequeñecidos ante Aquiles y Patroclo. Que la tormenta siga afuera querido Ganimedes olímpico, mientras yo aquí cuido tu sueño, ansioso de libar de tu boca la ambrosia y de tu intimidad la fuerza.